Las mujeres corrieron hasta donde estaba el hombre. Una de ellas, sintiéndose
culpable, dijo:
─Por favor, déjeme ayudarlo. Soy quiropráctica y -si usted me lo permite- sé como quitarle ese dolor.
─¡Ouch..., auuuu, nooo, nooooo! Estaré bien...el dolor se me pasaré en unos minutos, -contestó el hombre, mientras permanecía en posición fetal, tirado en el césped y con las manos juntas en su entrepierna.
La dama insistió, hasta que él finalmente permitió ayudarlo. Ella, muy gentíl y acuciosa lo acostó a su lado, le separó las manos, puso sus manos en la entrepierna y... comenzó a masajearlo:
─¿Se siente bien, ya?, -preguntó la chica.
─¡Me siento... fantástico, -contestó el hombre. Pero...¡el dedo me sigue doliendo!
─Por favor, déjeme ayudarlo. Soy quiropráctica y -si usted me lo permite- sé como quitarle ese dolor.
─¡Ouch..., auuuu, nooo, nooooo! Estaré bien...el dolor se me pasaré en unos minutos, -contestó el hombre, mientras permanecía en posición fetal, tirado en el césped y con las manos juntas en su entrepierna.
La dama insistió, hasta que él finalmente permitió ayudarlo. Ella, muy gentíl y acuciosa lo acostó a su lado, le separó las manos, puso sus manos en la entrepierna y... comenzó a masajearlo:
─¿Se siente bien, ya?, -preguntó la chica.
─¡Me siento... fantástico, -contestó el hombre. Pero...¡el dedo me sigue doliendo!
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