La madre de dos chicos, al regresar de la reunión de padres de familia donde estos estudian, le entrega las calificaciones a su esposo. Este toma las del menor de siete años, y furibundo grita: "¿Qué es esto?: uno en aritmética, dos en geografía, uno en historia, dos en lenguaje...". Se para, se suelta el cinturón y enciende al chico a correazos. Si la mamá no se lo quita hasta lo mata. Luego coge las del mayorcito de 15 años, las abre delante de él, y le sermonea: "¿Qué es esto, jovencito?: uno en matemáticas, uno en geografía, uno en historia, uno en lenguaje, uno en ciencias, y cero en disciplina. ¿Qué es lo que piensa usted de la vida? ¿Qué va a ser de su futuro, ah...? ¡Póngale cuidado al estudio para que sea un hombre de bien!". Cierra las calificaciones, y sale. El pequeño –en un rincón– sigue llorando, y le reclama al hermano:
—¿Y usté que peldió más matelias, mumumummm, polque no le pegalon, y a mi casi me matan, mumumummmmm?
Y el grande le responde:
—Es que usted no solo es mal estudiante, sino que es un tonto: ¿usted no sabe, hermanito, que mi papá es agente de tránsito? ¡Yo no fui bobo...: yo, en las calificaciones, le metí un billete de cien.