Una distinguida dama venia
en un vuelo de Los Angeles y pidió al cura que venia al lado de ella
que le hiciera un favor.
─Padre, ¿puedo pedirle un favor?
─Por supuesto, hija…, ¿Qué puedo
hacer por ti?
─Mire, padre, compré una
plancha para el cabello de regalo a mi mamá por su cumpleaños. Viene en caja
cerrada y sé que sobrepasa el valor permitido por la aduana, y tengo
miedo de que me la quiten. ¿Será posible que usted la pase por la aduana
por mí? Se me ocurre que, quizá, debajo de su sotana.
─Me encantará servirte, hija mía,
pero debo advertirte: no puedo decir una sola cosa que no sea la verdad…
¡siempre la verdad!
─No se preocupe, padre, con su
investidura nadie se atreverá a revisarlo.
Al llegar a la revisión la señora dejó
que el padre pasara antes que ella.
Preguntó el oficia:
─Padre, ¿trae algo que declarar?
Dijo el sacerdote,
─De la cintura para arriba, no tengo nada qué declarar...
El oficial de migración pensó que
era una respuesta muy extraña, así que le preguntó,
─¿Y qué tiene que declarar de la cintura para abajo?
- Llevo un maravilloso instrumento
diseñado para ser usado por las mujeres, pero que hasta este momento permanece
sin estrenar ...
Soltando una carcajada, dijo el oficial:
─¡Adelante, padre!... ¡El siguiente!