Una mañana el marido se despierta y le
pellizca una nalga a su mujer y le dice:
─Si hicieras ejercicios para darle firmeza a ese rabito, podríamos librarnos de esas pantaletas.
La mujer se controló y le pareció que el silencio era la mejor respuesta.
Al otro día el marido despierta y le da un pellizco a los senos de su mujer y dice:
─Si consiguieras dar firmeza a esos pechitos podríamos librarnos de ese sosten tan molesto.
Aquello excedió el límite y el silencio definitivamente no era la mejor respuesta.
Entonces ella se volteó hacia él, le agarró de donde sabemos, y le dijo:
─Si tú consiguieras dar firmeza a "esto", ¡podríamos librarnos del cartero, del jardinero y del lechero!
─Si hicieras ejercicios para darle firmeza a ese rabito, podríamos librarnos de esas pantaletas.
La mujer se controló y le pareció que el silencio era la mejor respuesta.
Al otro día el marido despierta y le da un pellizco a los senos de su mujer y dice:
─Si consiguieras dar firmeza a esos pechitos podríamos librarnos de ese sosten tan molesto.
Aquello excedió el límite y el silencio definitivamente no era la mejor respuesta.
Entonces ella se volteó hacia él, le agarró de donde sabemos, y le dijo:
─Si tú consiguieras dar firmeza a "esto", ¡podríamos librarnos del cartero, del jardinero y del lechero!
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