Un viejito estaba acostado en su cama
agonizando, le quedaban pocas horas de vida y ya lo sabía. De repente huele
unos tamales fresquecitos hechos por su mujer.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano –atraído por aquel aroma a masa de maíz, carne de puerco y sabroso condimento de su plato favorito– baja las escaleras y va al comedor. Llega hasta la mesa donde están los suculentos tamales y toma uno.
Piensa que su último esfuerzo ha valido la pena, y –cuando se dispone a comérselo– repentinamente siente un fuerte golpe en la cabeza que le nubla la vista, y dobla sus piernas. Tratando de no desplomarse, voltea la cabeza y alcanza a ver a su mujer con un cucharón de hierro en la mano, diciéndole:
─¡Ni se te ocurra, que son pa'l velorio!
Haciendo un esfuerzo sobrehumano –atraído por aquel aroma a masa de maíz, carne de puerco y sabroso condimento de su plato favorito– baja las escaleras y va al comedor. Llega hasta la mesa donde están los suculentos tamales y toma uno.
Piensa que su último esfuerzo ha valido la pena, y –cuando se dispone a comérselo– repentinamente siente un fuerte golpe en la cabeza que le nubla la vista, y dobla sus piernas. Tratando de no desplomarse, voltea la cabeza y alcanza a ver a su mujer con un cucharón de hierro en la mano, diciéndole:
─¡Ni se te ocurra, que son pa'l velorio!
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